María Teresa García Barba, 23 años. Militante de Santa María. Lic. en Ciencias y Técnicas de la Comunicación.

08/12/2019

Hacer promesas de Militante a la Virgen y, a través de ella, a Jesús, por un lado, ha representado para mí una gran responsabilidad y un gran compromiso nada fácil de cumplir; sin embargo, por otro lado, en el momento de hacer las promesas experimenté la tranquilidad, la seguridad y la alegría de que quienes en realidad me han prometido a mí de no abandonarme y brindarme la fuerza y la gracia, son Jesús y María.

Al recibir la Eucaristía justo después de haber prometido a la Virgen mantener una vida apostólica y espiritualmente activa, volví a vivir y recordar que Jesús no pide nada sin antes dar o, más bien, darse.

​

Además, vivir las promesas es una manera de ofrecerme por mis amigos, mi familia y aquellas personas con las que convivo a diario que también tienen sus luchas humanas y espirituales… siempre sabiendo que quien más necesita de estos pequeños pero constantes esfuerzos ofrecidos a Jesús, soy yo misma.

No puedo negar que cuesta decir que sí, pero sí puedo decir que la Iglesia necesita nuestro compromiso, especialmente el compromiso de los jóvenes, a vivir con fidelidad las promesas bautismales que reafirmamos en nuestra confirmación.

​

A mí personalmente me ayuda saber que la Iglesia cuenta conmigo, para esforzarme por mantenerme en el camino; pero también me alienta saber que Jesús cuenta con mis debilidades, Él conoce lo que hay y lo que hace falta en mí, sabe que puedo caer y por lo mismo, no me deja sola para que, si caigo, con su ayuda y con mucha humildad, me levante y vuelva a empezar.

​

Por último, un deseo que he tenido desde el día que hicimos las promesas en la Basílica de Guadalupe es vivirlas con sencillez y alegría, para que cuando más me cueste, me mantenga alegre, y cuando vea que Dios va actuando en mí, me mantenga sencilla.